lunes, 6 de junio de 2011

Paul McCartney es el genio musical vivo más grande de los últimos dos siglos

Comentario a modo ensayo sobre el concierto de Paul McCartney en Chile, 11/05/2011.

Luego de horas frente a una página en blanco tratando de hilar palabras coherentes en relación a la impecable presentación de Paul McCartney en el Estadio Nacional –y quizás en relación a toda su vida como referente universal de la más bella de las artes- no encontré nada más sensato que comenzar este artículo con la sentencia del título.

¿Exagerado? Al contrario. Es una certeza que se graba a fuego en todas y cada una de sus presentaciones a lo largo y ancho del planeta, que se registra para el soundtrack de la humanidad entera canción tras canción, que se hace latente en el fervor multi-generacional que antecede su presencia donde quiera que aterrice su talento.El pasado 11 de mayo se convertirá seguramente en una de las efemérides más recordadas para los fans Beatles chilenos y los amantes de la música cualquiera sea el ámbito que la defina. Y es que el show que convocó a más de 53 mil personas en el coliseo de Ñuñoa es a todas luces el evento más significativo que haya dejado huella en nuestro país en este último siglo (el siglo pasado fue necesariamente su presentación de 1993)

McCartney es todo un profesional, pero, a diferencia de otros, disfruta de su oficio, se alimenta de su público y transmite esa energía cómplice que derrochó junto al resto de los Beatles a lo largo de su exitosa carrera y que volvió a poner al servicio de su público luego de su inevitable quiebre.


Un señor de la música


Paul no hace un show por cumplir agenda, más bien, diseña un calendario de juegos para su propio deseo. Es un animal de escenarios, un devorador de multitudes, un señor de la música. No concibe el mundo si no es a través de la conexión única entre su universo creativo y su fiel audiencia.

Mientras el mundo profano escupe pequeñas intervenciones musicales sin más proyección que el devenir de la moda, McCartney, Sir Paul McCartney, ofrece un electrizante viaje a la historia de la música, a la emoción misma, sin más escalas que los devaneos sutiles entre el piano, la guitarra y el bajo Höfner que se convirtió en un ícono digno de idolatría y deseo. El resultado es una travesía de más de 2 horas, que intenta cubrir sin éxito –por lo fértil de su producción- una trayectoria de toda una vida dedicada a celebrar la música y el amor.

La banda, una mezcla perfecta de talento y experiencia, flanquea a McCartney por su derecha con el guitarrista líder Rusty Anderson, de gran personalidad, es un reconocido músico de sesión vigente en la vida musical de Paul desde el disco ‘Driving Rain’ (como Brian y Abe, además todos norteamericanos), muy cuidadoso de los riffs o solos Beatle siempre imprime su sello rock en cada ejecución. Al otro costado Brian Ray, instrumentista amplio, cubre de manera eficiente las subidas de Paul al piano y la guitarra en una sólida ejecución de bajo (con la presión que significa tocar bajo para uno de los mejores bajistas de la historia) o actuando como un excepcional guitarrista. En la batería Abe Laboriel Jr. un carismático músico y de gran capacidad vocal que muchas veces nos deleita con su sorprendente histrionismo, situación que genera gran nivel de empatía con el público. ¿Han visto a alguien bailar ‘La Macarena’ en un show de un ex Beatle?, Ese es Abe. En los teclados y efectos sonoros el famoso Paul ‘Wix’ Wickens, todo un genio musical e Inglés de tomo y lomo, forma parte del universo musical de McCartney desde 1989 cuando junto a Linda se encargaba de los teclados en el álbum ‘Flowers in the dirt’.

A splendid time is guaranteed for all

Momentos hay para todos. Desde la sicodelia lisérgica de la inesperada obertura con Hello Goodbye –espero no sea premonitoria- hasta la nostalgia infinita depositada en la sutileza del dulce bolero And I love her. McCartney recorre sus creaciones con la destreza en la ejecución propia de alguien que ha vivido 2 siglos y permanece intacto para contarlo.

Su primer gran éxito como Beatle, All my loving, aquel que le valió también el reconocimiento internacional y más de una mirada suspicaz de su compañero de camino, John Lennon, lo pone nuevamente al frente del frenesí sesentero, ese que al parecer sigue vigente y que estuvo a punto de comprometer su integridad cuando arribaba cerca de las 3 de la mañana del día del concierto al hotel Hyatt y casi un centenar de fans ponía en aprietos al exiguo personal de seguridad del recinto. Aunque parte del repertorio, definitivamente la hora de llegada a nuestro país no fue precisamente la de un Day Tripper.

Wings, la banda que formó para combatir la soledad y las bebidas espirituosas de su cabaña en Escocia, posa sus alas con clásicos como Jet, Let me roll it, Mrs Vandebilt, Band on the run –quizás uno de sus trabajos más complejos y preciosos- y 1985, todos producto del excepcional disco de 1973 que –caso obligado- sólo contaba con tres de sus 5 integrantes para el momento de su grabación y que para esta ocasión celebraba un publicitado proceso de remasterización.

Letting go sorprende entre la órbita de Venus y Marte que no estuvieron bien ‘esa’ noche (los bonaerenses y el grupo de chilenos presentes en argentina el 2010, pudieron disfrutar de la famosa intro del Rockshow que fue descartada para la partida en Santiago). A la velocidad del sonido el zurdo nos pide que dejemos entrar a sus amigos y familiares en Let ‘em in.

Sin necesidad de montajes extremos –la música habla por sí misma- McCartney entrega de una sola vez y sin más una simple pero efectiva pirotecnia para enmarcar su canción Live and let die, su aporte a la película homónima de la saga 007 y difundida casi como propia por la extinta banda de rock Guns’n’roses.

La beatlemanía se adjudica en pleno más de la mitad del concierto y es que Paul no desconoce sus orígenes Beatle, ni siquiera entra en el juego perverso de proponer su legado posterior como lo esencial de la velada. Fue, es y será un Beatle y como tal vuelve a sus viejos amores en el rock armónico de Drive my car – conduciendo luego por aquel largo y sinuoso camino -The long and winding road- sin el odioso ‘muro de sonido’ del productor y actual convicto por homicidio en segundo grado, Phil Spector.

Un poco de humor en la posterior representación estilo cowboy recrea el ambiente con I’ve just seen a face. Blackbird roba lágrimas y aplausos cerrados producto de la melodía endemoniadamente exquisita en perfecta armonía con una voz diáfana y firme. La imagen y el sonido nos transportan a las fértiles sesiones del ‘álbum blanco’.

Solo en escena y secundado por el falsete de Abe Laboriel –el enorme y carismático baterista- se despacha uno de los primeros arreglos para banda de rock y cuarteto de cuerdas de la historia, Eleanor Rigby. Todo esto nos recuerda que Paul está para mucho más que el rock. No hay límites creativos ni de estilo para su talento.

Como la audiencia quiere participar y el zurdo está consciente de eso, Obladi-oblada ofrece el instante perfecto para la interacción con un público ávido de aparecer en las enormes pantallas que secundan y respaldan el escenario. Desde mensajes cargados de amor hasta otros más coyunturales como ‘No a Hidroaysén’ pasean por el paneo azaroso al son del piano.

Back in te U.S.S.R pone la hoz y el martillo en la escena rock, las voces impecables de Anderson y Ray cierran el gesto Beach Boys. De la misma forma los coros aparecen en gloria y majestad para Lady Madonna, Paul nuevamente en el piano demuestra toda su destreza como compositor e intérprete.

Con la misma guitarra con que grabó en el 66’, una Epiphone Casino, aparece uno de los riffs más conocidos de la escena rock, Paperback Writer, las voces en correcta armonía nuevamente capitalizan la efervescencia del público que a estas alturas corea cada una de las canciones, haciendo incluso voces de un gusto musical no menor.

Let it be aparece como un himno lleno de historia y melancolía, la banda más importante de todos los tiempos ponía fin a su legado discográfico y McCartney nos hace partícipes de uno de los momentos más complejos vividos como Fab Four. Del mismo álbum I’ve got a feeling y Get back mantienen la esperanza “Do you wanna get back? I wanna get back!” ¡Te cobraremos la palabra, Paul!

Y si de himnos se trata, la primera gran parte del concierto es coronada por Hey Jude, canción donde el público nuevamente es protagonista en un coro extremo. Si de ‘nananear’ se trata, este momento es único.

Dentro del gran ‘primer acto’ hay momentos específicos a consignar. Sing the Changes del gran disco ‘Electric arguments’ de 2008, es la oferta de un ‘bombero’ cada vez más McCartney. Una especie de discurso libertario acomodado en el audiovisual con la silueta sugerente de un Barack Obama multicolor.

Y si la emoción puede desbordar aún más, los tributos a sus ex compañeros y amigos de banda John Lennon y George Harrison, necesarios sin duda, muestran a un McCartney generoso, consiente, agradecido y sobre todo respetuoso con la historia y los afectos. Para George, Something abre la velada con el sonido juguetón del Ukelele para luego desembocar en el precioso trabajo de banda de rock. Al finalizar, lleno de emoción y con los brazos abiertos, Paul saluda a su ‘hermano pequeño’ mientras las pantallas de fondo lo recuerdan en cada una de sus etapas como Beatle.

La tensión se hace evidente para cuando es el turno de John. Here today es un gesto descarnado donde McCartney sin tapujos se hace cargo del amor que los unía en amistad, no hay imágenes de Lennon, no son necesarias, la potencia de la letra habla por sí sola, Paul y su guitarra ofrecen otra vez un momento irremplazable “¿Y si te dijera que realmente te amo que me contestarías, si estuvieras aquí?”

Quizás la canción más representativa del tándem Lennon & McCartney, A day in the life, vuelve a remover las emociones de una audiencia extasiada, la joya del mejor disco de la historia del rock ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’ cantada exclusivamente por Paul nos hace recordar por qué estamos presenciando aquel espectáculo y nos garantiza un momento espléndido para todos. ¿El gesto? Para el fin de la canción y en vez de la última estrofa se superpone Give peace a chance. Las manos de todo un estadio con el símbolo de la paz acompañan en un mantra poderoso los dos acordes fundamentales del verso. Los agradecimientos a John no se hacen esperar por parte de McCartney y de toda la audiencia.

Más tarde, 2 pausas –ahora llamadas por cliché encores- ayudan al público a objetivar el ‘sueño’ que están viviendo. Dos despedidas en falso y una ondeando la bandera chilena junto con la inglesa nos disponen para el bis final.

Armado de la Epiphone Texan, la misma guitarra acústica de su etapa creativa, esa que lleva un logo de los ‘alas rojas’ de Detroit y los ‘pingüinos’ de Pittsburgh, Paul McCartney nos deleita con la mejor canción del siglo XX: Yesterday. Esperada por muchos, sobre todo por los que vivieron la beatlemanía en plena juventud, quienes, con los ojos vidriados se apoderan de una de las melodías más hermosas de todos los tiempos.

El vértigo de la montaña rusa estremece con Helter Skelter, la primera canción ‘metal’ de la historia. El ex Beatle nos recuerda que su esencia es ‘rockear’ al más puro estilo de los sesenta. El estadio completo se remece en un torbellino con dirección hacia el inevitable final.

El conteo inicial para Sgt. Pepper’s lonely hearts club band, o mejor dicho la cuenta regresiva del espectáculo nos direcciona hacia el ‘grand finale’ acá Paul se luce con su colorida guitarra Les Paul en el ‘bridge’ entre los agradecimientos de la banda y el cierre lógico de The end Uno de los mejores versos de la música popular coronan el clímax del show “En el final el amor que recibes es igual al amor que entregas”

We hope you will enjoy the show


Minutos antes de la medianoche y bajo una mágica lluvia de papel picado vemos a Paul dejar el escenario junto a sus músicos. En un gesto aprendido por años de oficio, se retira dejando tras de sí la emoción a flor de piel de cada uno de los allí presentes. No importa el grado de fanatismo, de amor por la música, ni siquiera la ubicación en el recinto. Paul nos deja una sensación de euforia y melancolía, una mezcla de dulce y agraz. Hemos presenciado la historia, esa que se escribe en cada mención al aporte estructural y significativo de los 60’s y que hoy 50 años más tarde está más vigente que nunca, es más, sigue pareciendo en muchos pasajes fresca y de vanguardia.

¿Volverá Paul nuevamente?

Difícil saberlo. Su agenda se aprieta cada vez más y el tiempo perdido con su hija Beatrice lo demanda en su hogar del Reino Unido. A esto se suma un aviso de fin del viaje que tiene como fecha límite el próximo año para comenzar otras labores menos demandantes. De todas formas y aunque lo desee con el alma McCartney no se va, nunca se ha ido de nosotros. Desde que lo conocimos en cualquiera de los formatos de moda, su música y su imagen se quedaron para siempre en cada uno de los seguidores de su carrera. Y aún cuando Chile no tuviera el privilegio de volver a recibirlo, podemos decir con orgullo y total convicción que hemos visto a un Beatle, al más grande músico vivo del siglo, que estuvimos allí esa fría noche de mayo y que ahora somos parte de la historia más hermosa que la humanidad dedicó a la música.

Muchas gracias por Todo, Paul.

Miguel Marcelo Reyes Almarza, Mayo 2011.

1 comentario:

a continuación expláyese y argumente con cierto grado de lucidez...